Gerardo Schmedling decía: “El perdón no es un favor que le haces al otro, es un regalo que te das a ti mismo.” Esta enseñanza nos invita a comprender que el verdadero perdón no se dirige hacia fuera, sino hacia dentro. Cuando nos aferramos al resentimiento, la rabia o la herida, nos mantenemos encadenados al pasado y entregamos nuestra paz interior al recuerdo de lo que ocurrió. El perdón se convierte entonces en un acto de liberación personal, una llave que abre las puertas de la serenidad y del amor propio. Muchas veces confundimos perdonar con justificar. Creemos que si perdonamos, de alguna manera estamos aprobando lo que sucedió. Sin embargo, perdonar no significa estar de acuerdo con el daño recibido, sino elegir no cargar más con el peso de la herida. Significa soltar el papel de víctima y recuperar nuestro poder interior. Como afirmaba Schmedling: “Perdonar es decidir no seguir sufriendo por lo que ya pasó.” El resentimiento funciona como una cadena invisible que nos mantiene atados a la persona o la situación que nos hirió. Cada vez que recordamos el hecho, revivimos el dolor y lo mantenemos vivo en nuestro presente. El perdón corta esa cadena, devolviéndonos la energía que antes estaba atrapada en el rencor. Este proceso, sin embargo, no siempre es inmediato. A veces requiere tiempo, comprensión y una profunda decisión de sanar. La práctica del perdón también nos enseña humildad. Nos recuerda que todos, en algún momento, hemos herido y hemos sido heridos. Reconocer la imperfección compartida nos conecta con la compasión y nos permite ver a los demás como aprendices, al igual que nosotros. Así, el perdón se convierte en un puente hacia relaciones más conscientes y en una oportunidad de crecer en amor. Preguntas de reflexión: - ¿Qué heridas del pasado aún no has perdonado y siguen afectando tu vida? - ¿Qué emociones resurgen cuando piensas en esa persona o situación? - ¿Cómo cambiaría tu vida si pudieras soltar definitivamente ese resentimiento? - ¿Qué significa para ti perdonarte a ti mismo?