En este versículo vemos un cambio. No fue solo un acto religioso, sino un clamor de dependencia y relación. Invocar significa llamar, pedir ayuda, acercarse con fe y reconocer quién es nuestro Dios.
Adorar a Dios no es únicamente cantar o levantar las manos; es aprender a llamarlo en todo momento, en gozo, en necesidad, en lucha y en victoria. Cuando invocamos Su nombre, declaramos que Él es nuestra fuente, nuestro refugio y nuestro salvador.
Parte de la verdadera adoración es invocar a Jehová de manera personal, no como tradición, sino como hijos que saben que Su Padre responde. Así como en los tiempos antiguos, Dios busca una generación que clame Su nombre y lo haga conocido en la tierra.
Pregúntale hoy:
“Abba, ¿he estado buscando ayuda en mis fuerzas o en otros antes que en Ti? Enséñame a invocar Tu nombre primero en todo lo que hago.”
Decláralo con fe:
“Hoy decido invocar el nombre de Jehová sobre mi vida, mi familia y mis generaciones. Él es mi refugio y mi fortaleza. En todo tiempo, Su nombre estará en mis labios y en mi corazón.”
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