Jesús no era de este mundo
El mensaje invita a transmutar la rabia en poder creativo, a no desperdiciar la energía emocional en conflictos o frustraciones, sino usarla como combustible para construir, crear y evolucionar. Dice: no te identifiques con lo material, porque tus cosas no te definen; pero sí puedes usarlas como herramientas para manifestar tu propósito divino en la Tierra. Cuando enfrentamos un problema, se sugiere salir del cuerpo físico a través de la conciencia, es decir, tomar distancia emocional, elevar la perspectiva y observar la situación desde un nivel más alto, espiritual, sin quedar atrapado en la reacción humana inmediata. “Ser semejante a Dios” se interpreta como trascender las leyes biológicas y automáticas (impulsos, emociones químicas, reacciones del ego) y comenzar a vivir desde una conciencia creadora, donde uno mismo se convierte en ley y causa. “Deshumanízate para divinizarte” significa soltar los patrones del ego, la necesidad de tener razón o de controlar, para conectar con la parte divina que observa sin juicio. El “sacrificio de la inocencia” no se refiere a perder la pureza, sino a dejar de ser ingenuo, aprender a usar el discernimiento y actuar con justicia y verdad. Finalmente, se dice que Jesús no vino a traer espada, sino justicia, y que la “espada” es la lengua, el poder de la palabra como instrumento de verdad y equilibrio. Hablar con integridad y sabiduría es el verdadero acto de justicia divina. El amor no es una emoción. Es el recuerdo sereno del origen, aquello que permanece cuando todo lo demás cambia. Antes de tus pensamientos, antes del ego, ya existía esa quietud que observa sin juicio. Amar no es sentir intensamente, sino recordar lo esencial: que nada externo puede añadirte ni quitarte valor. Permanece en paz. Permanece en ti. El amor verdadero es la calma que queda cuando cesa la agitación del deseo.